Reflexión de la Oración Joven, del miércoles 24 de agosto de 2022 y escrita por José Martínez Paisa, sobre el Evangelio que se proclamará el domingo 28/08/22: Lc 14, 1. 7 – 14

Hoy Dios nos invita a hacernos pequeños; a reconocernos humildes, débiles y pecadores. Nos invita a despojarnos del orgullo, a no buscar ni la aceptación de este mundo, ni las cosas materiales. Con esto, Dios no quiere privarnos de nada porque Él es un padre bueno, que nos conoce y que nos lo quiere dar todo

Entonces, en definitiva, ¿por qué nos lo pide? Es una invitación a que nos vaciemos, a que tomemos el último lugar para que Él pueda entrar y hacernos grandes; para darnos nuestra condición de hijos de Dios. Toda verdadera grandeza que tengamos se la debemos a Él. Debemos buscar menos de nosotros en nuestros corazones para que pueda haber más de Él.

Es lo que hizo Jesús, que nos ofrece su ejemplo: haciéndose el más pequeño de los hombres, naciendo en un pesebre rodeado de animales y muriendo humillado en una cruz nos muestra el camino al Cielo, el modo en el que hay que vivir.

En este momento de oración en el que estamos frente a Jesús, te invito a que pongas la mirada en su vida, que le escuches y pienses cuáles son esas ataduras terrenales que te alejan de su camino y que ocupan un lugar en tu corazón que debería ser suyo.

Dejamos un momento de silencio

En el evangelio que leímos, Dios nos hace una segunda invitación que, yo creo, es aún más complicada. Nos dice que demos e invitemos a aquellos que sepamos que no nos van a recompensar. Muchas veces tenemos buenos gestos y hacemos el bien con nuestros seres queridos —lo cual está muy bien—, pero Dios nos destaca que, en estos casos, solemos recibir de vuelta cariño y compensaciones por lo dado.

La invitación de Dios es ir más allá, obrar de una manera mucho más caritativa, sabiendo que cada vez que demos algo sin recibir una recompensa inmediata, estaremos ganando una recompensa divina. Esa es su promesa, y es muy importante que lo tengamos claro porque está muy bien darnos a los nuestros, pero es mucho más importante tener la certeza de que, desde hoy, podemos ganar gracias en el cielo para la vida eterna.

Nuevamente, la invitación es a despojarnos de lo terrenal, a no agobiarnos por las cosas materiales ni a buscar los bienes terrenales. Esta noche, con Él aquí presente, le pedimos que nos dé la Fe necesaria para confiar en sus promesas y aceptar generosamente sus invitaciones.